LA HISTORIA DE CÓMO UN CALCETÍN PUEDE CAMBIARTE LA VIDA. Terapia ocupacional y daño cerebral.
Cuando tomamos la iniciativa de escribir un blog, teníamos clara la idea de alejarnos por completo del estilo de tantos blogs y lugares dedicados al daño cerebral. En la mayoría sólo abunda la información técnica y descriptiva sobre patologías y demás aspectos relacionados con el daño cerebral, pero para eso ya está la Wikipedia.
Nuestro objetivo es que esto sea un lugar en el que podamos contar nuestras experiencias como profesionales, las anécdotas vividas con nuestros pacientes, y desde el cual podamos acercar y concienciar sobre el daño cerebral a las personas ajenas a éste mundo. En definitiva: algo para todos los públicos.
Como segundo post nos parecía buena idea escribir sobre una historia entre paciente y terapeuta.
Esta es una historia real sobre un paciente que, como fisioterapeuta, estuve tratando hace unos años. Vamos a llamarle Antonio.
Antonio era una persona a la que como muchos otros un ICTUS hizo cambiar su vida y puso todo su mundo “patas arriba”.
Cuando comenzó a trabajar conmigo estaba entrando en una fase más crónica, y como en todo su proceso rehabilitador anterior no había tenido demasiado éxito, se encontraba muy bajo de ánimos y de ilusión por seguir adelante.
Con mucho trabajo por ambas partes (paciente y terapeuta) Antonio fue logrando objetivos que hacía meses para él eran impensables: levantarse sin ayuda de las sillas y sillones, caminar solo… en definitiva fue logrando los OBJETIVOS con mayúsculas que a priori, muchos pacientes que han sufrido daño cerebral, se plantean como meta en su proceso de rehabilitación. Aparentemente el tratamiento estaba siendo un éxito, había mejorado a nivel motor y volvió a recuperar la ilusión por seguir adelante.
Una tarde durante el tratamiento, mientras Antonio y yo charlábamos, me comentó (sin darle importancia) cómo una mañana se encontró con un problema: su mujer tenía unos recados que hacer y él no pudo salir de la cama hasta que ella no volvió a casa.
Antonio no podía ponerse uno de sus calcetines solo.
Podía ponerse los zapatos él solo con ayuda de un calzador, pero… no podía ponerse el calcetín. Ese calcetín era el que le ayudaba a que el pie resbalase por el calzador para poder ponerse los zapatos. Y sin los zapatos, no podía caminar.
Ese es uno de esos días en los que te llevas un suspenso para casa. Comprendes que aquello que llevas por bandera y tanto repites, a veces se olvida: “la importancia de la comunicación con el paciente”, “la globalidad y funcionalidad en los tratamientos”, “el equipo multidisciplinar”…
Menos mal que existen los TERAPEUTAS OCUPACIONALES. Entrenaron y enseñaron a Antonio a utilizar un “calza-medias” para que nunca más tuviera que depender de su mujer para iniciar su día cada mañana.
Como fisioterapeuta podría haber puesto todo mi empeño en que Antonio pudiera correr un maratón, pero si Antonio no puede tener lo más básico: independencia para iniciar su día, ¿de qué hubiera servido?
¡Y TODAVÍA HAY GENTE QUE PREGUNTA PARA QUÉ SIRVE LA TERAPIA OCUPACIONAL…!
Pepe
Gran artículo. No tenía muy claro en qué podían ayudar los terapeutas